viernes, 26 de mayo de 2017

Reseña: 'Puntos de reflexión', de George Lakoff



  • Título: Puntos de reflexión. Manual del progresista
  • Autor: George Lakoff
  • Editorial: Península
  • Páginas: 248
  • Precio: 15,90 euros
  • Sinopsis: Con su anterior obra No pienses en un elefante George Lakoff convirtió la lingüística en el género de moda entre todos aquellos interesados en la política. Puntos de reflexión abunda en las teorías de su anterior libro y, además, se emplea a fondo en intentar desmontar uno a uno "los artificios demagógicos" de la derecha. El resultado: ideas y propuestas para articular el discruso de la izquierda moderna; un mensaje que encuentra cada vez más dificultades a la hora de llegar a los ciudadanos.
  • Valoración: 6,5. Te encantará si te gusta la política o comprenderla un poco mejor o te dedicas a la comunicación. Si no, dudo que te guste.


Acierta Ediciones Península reeditando este trabajo. La política, como la sociedad en su conjunto, está cambiando con rapidez y Puntos de reflexión, pese a estar escrito originariamente en 2006, no ha perdido su vigencia. Es más, ayuda a comprender algunos de los aspectos que caracterizan esa transformación. Porque a estas alturas dudo que alguien discuta que la comunicación se ha convertido en la herramienta principal de la actividad política y que la misma ya no se entiende sin los marcos. Es lo que este reputado lingüista llama "saber enmarcar los debates". Es el padre de una interesante teoría que sostiene que los 'frames' o marcos son estructuras mentales que le permiten al ser humano entender la realidad y, a veces, crear lo que entendemos por realidad. Afirma que los seres humanos pensamos en términos de marcos mentales y metáforas, y que cuando la información que recibimos no se ajusta a los marcos asumidos e incorporados a nuestro cerebro, nos quedamos con los marcos e ignoramos los hechos.

"Los marcos políticos -dice- son una aplicación práctica de la ciencia cognitiva. Facilitan nuestras interacciones más básicas con el mundo: estructuran nuestras ideas y nuestros conceptos, conforman nuestra manera de razonar e incluso inciden en nuestra percepción y nuestra manera de actuar. Por lo general, nuestro uso de los marcos es inconsciente y automático; los utilizamos sin darnos cuenta".

Muchos entendidos sostienen que el triunfo de Obama se debe precisamente, en gran medida, a la aplicación de esos principios. Yo descubrí a Lakoff gracias a su No pienses en un elefante, supongo que como la inmensa mayoría de sus lectores. En él se planteaban ya los aspectos más destacados de la ciencia cognitiva y su aplicación en la política. Lo que hace en Puntos de reflexión es abundar en todo ello, sirviéndose en una serie de ejemplos e incidiendo en la importancia de los valores. Sostiene que "el pensamiento es la primera forma de activismo". "En el fondo -añade- los movimientos son valores e ideas; la organización es crucial, pero tiene que realizarse en torno a algo". Los asuntos debatidos se olvidan, pero los principios y valores detrás de éstos se mantienen, sentencia.

Enmarca o pierde. Es su máxima. O, lo que es lo mismo, que el triunfo de una opción política depende en gran parte de ganar esa batalla. Una batalla que asegura que de un tiempo a esta parte están ganando de calle los conservadores. Y a este respecto pone ejemplos aún en la memoria de todos como los conceptos 'guerra contra el terrorismo' o 'alivio fiscal'.

Se lee fácil. está correctamente escrito y estructurado, aunque en ocasiones uno tenga la sensación de se repiten ideas y reflexiones con demasiada frecuencia. Si te gusta la política y/o la comunicación, debes leerlo. En caso contrario, éste no es tu libro.

jueves, 11 de mayo de 2017

Mi primera vez

Tenía 10 años. Cursaba quinto de EGB. Era un buen estudiante. Nada empollón, pero sí es verdad me costaba menos que a la mayoría aprenderme una lección o prepararme un examen. Esa facilidad me permitía dedicar más tiempo a lo que más me gustaba entonces: jugar con mis amigos y practicar deporte. Supongo que como al 99 por ciento de los niños con esa edad. También me gustaba leer tebeos. Eso sí, nunca antes me había dado por escribir, exceptuando las parrafadas que ya soltaba en las tarjetas de felicitación, que no podían faltar en mi casa cuando llegaba la Navidad o un cumpleaños.

Todo cambió una tarde. Lo recuerdo perfectamente. Estaba sentado en el escritorio de mi habitación dándole vueltas a cómo resolver la tarea que nos había mandado nuestra profesora, la señorita Aurora: escribir un cuento. Teníamos libertad absoluta, exceptuando el límite que nos marcaba un plazo de entrega que vencía al día siguiente. Me podía el agobio. No se me ocurría nada. Estaba bloqueado, así que decidí buscar inspiración en la colección de libros que había heredado de mi hermano mayor. Y la encontré. Vaya si la encontré. El segundo que saqué de una de las estanterías fue el que se puede ver en la imagen que ilustra esta entrada: Misterio de la cueva de los lamentos. Forma parte de la colección 'Alfred Hitchcok y los tres investigadores'. Aún hoy en día es posible encontrarlo en alguna librería de viejo o en plataformas digitales donde se venden libros de segunda mano.

No lo había leído ni nadie me había hablado de él. Pero su portada fue mi salvación. Me llamó la atención el dibujo con esos tres niños descubriendo asombrados una calavera dentro de una cueva. Activó un resorte dentro mi cabeza, y mi imaginación se disparó y empezó a funcionar a gran velocidad. Especulé sobre el motivo por el que estaban allí y qué andarían buscando esos chicos. Empecé a escribir y la historia brotaba sola: los detalles, los personajes, sus nombres, los diálogos, lo que les pasaba... No leí ni una sola línea del libro, me bastó esa portada para montar la historia. Fue una experiencia maravillosa que se prolongó durante unas dos horas. El impacto fue tal que todavía hoy, más de tres décadas después, la sigo recordando como si me hubiese ocurrido ayer. Se me escaparon, incluso, un par de gritos de emoción. A mí, a ese niño tan comedido para todo como era yo por aquel entonces.

Al día siguiente entregué mi tarea -mis siete hojas escritas a mano- con orgullo. La espera después hasta que la señorita Aurora nos devolvió el relato con la nota puesta se me hizo eterna. No estoy seguro, pero creo que tardó más o menos una semana. Y ahí estaba: un 10 bien grande y dentro de un círculo rojo en la parte superior derecha de la primera hoja. Y al final un comentario corto. No recuerdo lo que decía exactamente, pero sí que me felicitaba por el resultado y me animaba a seguir escribiendo. Pocas veces me he sentido tan bien.

Como decía, han pasado mucho años de aquello. 36 para ser exactos. Para mí fue, sin duda, una de esas experiencias que dejan huella. Hice caso a la señorita Aurora y escribí más cuentos. Muchos. Sin que ella ni nadie me lo pidiese. Los guardaba todos en una carpeta azul en el fondo de un cajón. Era como mi tesoro más preciado, más íntimo. Disfrutaba haciéndolo. Como también lo era jugando al fútbol o al baloncesto.

Poco después, con 11 años, decidí que quería estudiar periodismo en Madrid. Lo tenía muy claro. Y así lo hice llegado el momento. Ya en la universidad, en segundo curso, empecé a colaborar en un diario de tirada nacional, el ABC. Apenas tenía 19 años y yo sentía que estaba viviendo un sueño. ¡¡Mi firma en artículos del ABC!! Escribía, informaba, contaba historias... Y me acordaba de doña Aurora y su consejo.

Tras casi cuatro años años allí vinieron otros periódicos: Diari de Tarragona, La Gaceta de Salamanca, La Voz de Jerez (Vocento)... Calculo que habré firmado más de 4.000 artículos, entre noticias, reportajes, entrevistas, análisis y apuntes de opinión, en mis más de cinco lustros de ejercicio periodístico. Da vértigo solo pensarlo. Y tres libros: uno secuestrado judicialmente, otro publicado y un tercero ya cocinado. Echo la vista atrás y me siento bien. Porque he hecho lo que me gusta. Me he pasado la vida escribiendo y lucharé por seguir haciéndolo. Es lo que quiero. No sé si lo hago bien, mal o regular, pero es lo que me gusta. Hay veces que no sé expresarme de otra manera. Siempre he pensado que quizá por eso me veo tan reflejado en el personaje de Unax Ugalde en una de mis películas preferidas, Báilame el agua. Como le sucede a él, un papel y un lápiz son a veces mi mejor refugio.

De vez en cuando veo a doña Aurora por Rota. Nos saludamos con cariño, hablamos y nos ponemos al día de nuestras vidas. Pero nunca he sido capaz de contarle nada de esto. Creo que debería hacerlo. Le daré también las gracias. Tampoco lo he hecho nunca.

También buscaré esa carpeta azul con mis cuentos la próxima vez que vaya a casa de mis padres. No sé si la encontraré. Ni siquiera sé si sigue existiendo. Prometo que si la encuentro, colgaré ese cuento en este blog.

martes, 2 de mayo de 2017

¿Hacia una sociedad más idiota?

Recientemente hemos podido leer en diferentes medios sobre la desaparición de la asignatura de Literatura Universal del bachillerato. Y, claro, de golpe, muchos nos lanzamos a criticar la decisión y advertir de la inminente llegada del apocalipsis. Es lo que tienen las redes sociales y la sociedad de la prisas y la desinformación en la que vivimos; una segunda lectura, más calmada nos vuelve a aportar los matices que dibujan una noticia algo diferente. Resulta que la desaparición de la asignatura no es tal realmente, sino que deja de ser optativa en segundo de bachillerato y pasa a primero. Evidencia, en cualquier caso, que no hay intención, al menos de momento, de apostar demasiado por la literatura como pilar de la educación de los jóvenes, como sucede con la filosofía

Se confirma, por tanto, que la asignatura ha quedado definitivamente relegada a un segundo plano, después de que hace tiempo ya se fusionasen en una sola los conocimientos de Lengua Castellana y Literatura. Y conviene recordar que el docente correspondiente es responsable de la comprensión lectora, de la ortografía, de la expresión, de los comentarios de texto, de los análisis sintácticos, de los conocimientos literarios... Vamos, de nada importante, por lo que se ve, para quienes tienen el poder de decisión. 

Recuerdo que no hace tanto, cuando uno cursaba BUP unas tres décadas atrás, se estudiaba Lengua Española en primero, Literatura en segundo y Lengua Española en COU. Además, quienes como yo optasen por la llamada rama de Letras podían cursar, si no me falla la memoria, Literatura Española como optativa en tercero y en COU. Todo ello sin contar con Latín, Griego y Filosofía, que también contaban con su espacio propio.

No se la han cargado de golpe; lo están haciendo poco a poco, sin que se note demasiado. Está claro que no están por la labor de enseñar a los jóvenes de hoy y de mañana a razonar. a leer, a preguntarse cosas, a analizar con espíritu crítico, porque hay quienes prefieren que se sigan dando pasos hacia una sociedad más idiota, más sumisa, menos libre. Ahí radica la importancia de la cuestión.

Hay una realidad incuestionable que tampoco debemos obviar: los jóvenes, por regla general, no sienten atractivo por la literatura. Se lo leía recientemente a un lector en una carta al director de un diario. Y no le falta razón. La sociedad actual lo impide y el sistema educativo, desde luego, no hace nada por remediarlo. Me pregunto si también cada uno de nosotros intentamos hacer algo para remediarlo o preferimos mirar hacia otro lado.